29 may 2012

Grahamstown, Sudáfrica... Bienvenidos a la granjita de rehabilitación...

Grahamstown, una granjita de rehabilitación en un paraíso...
Imagínense ustedes... Después de estar dando vueltas sin parar por alrededor de quince países durante un lapso de dos años, de repente llegamos nuevamente a esta maravillosa ciudad del Eastern Cape, casi en el corazón de Sudáfrica, para quedarnos por otro lapso no muy definido de tiempo e intentar recuperar un poco de fuerzas y de dinero para poder seguir...
 
Aunque la elección fue propia, aunque el pueblo es uno de los lugares más amables de Sudáfrica, y aunque estamos llenos de amigos y de personas que nos esperaban para acobijarnos y hacernos la vida mucho más fácil que en cualquier otro lugar del mundo, la sensación fue exactamente igual a la de venir pisteando alguna especie de nave intergaláctica a velocidad de la luz, y pegársela de frente y sin anestesia contra una paredón de hormigón terrenal rutinario... Un freno de mano enemigo, activado por la mano negra del olvido, apagando con hielo un volcán en ebullición en el alma... una auto-injusticia, casi un acto de masoquismo compulsivo...
 
Es que si como escribimos alguna vez, viajar es la mejor de las drogas, el bajón que te espera cuando frenás es el peor de todos también... Aunque uno sienta, como con cualquier otra droga linda, que se desea morir en ese estado absoluto de satisfacción (el equivalente a meterse más y más hasta ver la luz en el caso de la merca, o fumar uno tras otro hasta ver a Marley en el caso del porro), también por una cuestión de auto preservación y de no empezar a perder la forma humana, uno se da cuenta, que aunque duela, moleste y se tenga que pasar por ese estado de nada absoluto, hay que parar.

Paisaje y laderas...
Hill Street y la catedrál de fondo...
Pure África: arquitectura británica, africanos tratando de vender algo a alguien...
Y aunque parezca una ridiculez, viajar continuamente, a la larga, abruma un poco el espíritu, y mucho más aún, no deja lugar para seguir sorprendiéndose y disfrutando de la novedad, que de alguna u otra manera ya no se manifiesta con la misma intensidad, ni con la misma congoja, y que desestabiliza, confunde y nos mete en una realidad dudosa, en la que es muy fácil empezar a perder el rumbo. Y a nosotros, algo no nos gusta en forma más que definitiva, es perder el rumbo.
De todos modos y en esta oportunidad, no decidimos como en aquella primera experiencia en América, volver a acobijarnos bajo el manto familiar y dejarnos alimentar y mimar por todos ellos. La decisión esta vez se basó en extender el viaje de alguna otra manera y robarle una experiencia más a la vida, que paradójicamente se hace más corta cada vez que nos damos cuenta de la cantidad de cosas que queremos hacer, y mucho más larga y rica en experiencia cuando efectivamente la estamos experimentando.
 
“Parar” entonces, en estos primeros días estuvo teñido de este doble discurso, de un feroz tira y afloje, que representó una de las mayores cinchadas que nuestros espíritus tuvieron que soportar en los treinta años que nos adornan. Había que responderse y reconfirmar a cada hora la pregunta que inquiría: "¿Qué carajo estoy haciendo acá?". Una especie de insoportable levedad del ser agravada por una doble e insoportable carencia de consistencia. Una sensación gelatinosa en cada célula del cuerpo que hacía que nos movamos inconsistente y dudosamente por los vericuetos espaciales de una ciudad, que en principio, no nos pertenecía.


Shoprite, uno de nuestros grandes proveedores...
En la calle se consigue todo, siempre más barato...
Grahamstown en estos primeros días se transformó en una granjita de rehabilitación, esos lugares en donde te dirigen y te intentan convencer de que “mejor quedate en casa y no te andés haciendo el loquito por ahí”, so riesgo de perder el coco en alguna esquina y empezar a tener serias conversaciones con entes no comprobables para el resto de la humanidad.
 
Como nosotros teníamos una experiencia anterior con este temita de parar de viajar, y como la experiencia es sabia, ya habíamos planeado una cierta cantidad de actividades para realizar en estos primeros días en la granjita. Por ello, aterrizamos con una infinita variedad de pelotudeces para vender y otra infinita cantidad de ideas para poner en práctica. Teníamos plan A, plan B, plan C y así hasta por lo menos la letra K.
 
Todos esos planes y todas esas opciones dependían en gran parte de nosotros, pero no hubiéramos podido siquiera empezar, sino fuera por el gran equipo de doctores y doctoras que nos estaban esperando en la granjita de Grahamstown: Rachel y Bronwen nos recibieron y nos dieron la primer comida de la estadía, un desayuno memorable que se hizo esperar los tres días de viaje que acarreábamos desde la salida de Rewalsar hasta la llegada al town. 

Bronwen, Rachel y Leora... diosas totales...
Fuertes, firmes y expectantes se alineaban detrás con una sonrisa y una enorme humanidad: Kevin, Leora, Whitney y Mia y Annemie, quienes extendieron los brazos y las compañías para anunciar que solos y desamparados no íbamos a estar. Además, muy pero muy rápidamente, este equipo eternamente memorable, iba a extender el círculo a un sinfín de otras amabilidades orgullosas y ansiosas por demostrar la integridad que poseen estos lindos inglesitos a la hora de “hospitalizar” a dos sudacas a la deriva.
 
De estas personas que empezaban a aparecer quiero destacar una que fue la pieza clave para que podamos arrancar y subsistir cómodamente hasta el día de la fecha: la profesora Ruth Simbao, quien nos ofreció un lugar junto al equipo de África Research para proveer de comida durante todo el festival a una casa de arte experimental que sigue funcionando y que sigue creciendo; y esto significó la resolución del enorme problema espacial y una gran posibilidad no solamente para levantar cabeza con el tema monetario, sino con la fijación de un rumbo y algo que perseguir. Eternas e infinitas gracias a este enorme gesto de apertura y humanidad de Ruth.
 
Resumiendo entonces y para meternos un poco más en tema... Teníamos que vender: vestidos, bufandas, pañuelos y polleras que trajimos de la India, juegos de ingenio hechos en aluminio, y camperas de cuero, pero principalmente teníamos que montar un mini restaurant desde cero con todo lo que ello implica. Para que se den una idea: horno, hornallas, platos, vasos, cuchillos, tenedores, ollas, fuentes, coladores, palo de amasar, cafetera, tetera, mesitas, estantes, tablas, contenedores, torteras, tarteras, exhibidores, garrafas de gas, microondas, pava eléctrica, y para no aburrirlos, una lista de más o menos dos páginas de las que no teníamos nada, salvo una pequeño anafe que nos habíamos traído también de la India.


El gran horno gran...
Clever Monkey Mind Crackers...
Para el colmo de nuestras pretensiones, el festival de arte más importante del país estaba al caer en menos de un mes. Un evento que convierte Grahamstown en una fiesta, y que además, le aporta muchísimo dinero. Esa era la oportunidad que justamente habíamos venido a buscar, y a la que nos tendríamos que aplicar sin descanso hasta tener todo listo, pulcro y afinado... so riesgo de que nos vaya mal y nos tuviéramos que auto exiliar del pueblo para convertirnos al mendiganismo ostentoso y malviviente.
 
Así fue entonces queridos amigos y cansados lectores, que durante las primeras semanas de la estadía en nuestra granjita auto inducida, nos dedicamos a focalizar como hacía muchísimo que no, y mientras peleábamos con nuestros fantasmas y demonios, le hicimos una gran burla al destino y le dijimos nuevamente que no a lo fácil y lo obvio, y nos lanzamos a revisar cada recoveco del pueblo para encontrar los elementos necesarios para poder empezar a cocinar.
 
Acarreando pedazos de madera, juntando las sobras de todo lo que nuestros amigos no usaban en sus casas y mendigando ollas en el township; también recauchutando carritos y mesas estropeadas, pintando y soldando caños para armar exhibidores, recolectando perchas en los vestidores femeninos. Averiguando precios de alimentos, armando los menús, aprendiendo a cocinar y diseñando toda la cartelería entre otras miles de estimulantes actividades, podemos decir que en el lapso de un mes nos vimos parados nuevamente de cara a la máxima fortuna que una persona puede poseer: la voluntad de hacer que las cosas sucedan.

El departamento de artes varias... soporte material de muchas elucubraciones...
Lo que un mes atrás parecía imposible, de a poco y con la infinita ayuda del mundo circundante, fue sucediendo. En todo el proceso gastamos la módica suma de doscientos dólares, incluyendo la cocina que nos daría de comer por largo tiempo, y esto lo decimos porque nos interesa remarcar la felicidad que nos produce saber que con nada o con demasiado poco, todo lo que uno se proponga se puede conseguir.

Y ahora los vamos dejando hasta la próxima porque seguramente ya están aburridos, pero les damos la bienvenida a otra etapa del viaje, una que servirá para bajar la adrenalina, para rearmar todas las entregas del blog que les estábamos debiendo y para empezar a organizar, cuál será el próximo destino que perseguiremos. Mientras tanto, dejaremos que la vida ocurra de la mejor manera posible y los iremos poniendo al tanto de cómo es vivir en un país ajeno. Esperamos lo disfruten tanto como nosotros disfrutamos estas primeras experiencias y puesta a punto...

Primeros pasos para lo que sería el pseudo resto argento...
De aquí en más todo irá cada vez mejor y les intentaremos mostrar por qué terminamos sintiendo que Sudáfrica es nuestro segundo hogar. Hasta la próxima, cuando llegue el festival teñido por uno de los más crudos inviernos sudafricanos y se lo combata con eventos artísticos y un restaurant argentino que los alimentará sin igual... ¡Salud!...
 
Un agradecimiento eterno y especial a Rachel por la inexplicable voluntad para integrarnos con todos los elementos de la ciudad y facilitarnos la entrada al taller de trabajo de la universidad. Otro para Bronwen por su inigualable generosidad al prestarnos desinteresadamente un auto que tenía en desuso para movernos, y un último para todo el África Research Team que nos aceptó naturalmente en su espacio y nos hicieron sentir uno más. A todos los que colaboraron con nuestras necesidades y aportaron desde una taza hasta un microondas, nuestro eterno y más puro agradecimiento.


¡Vamos Beattle carajo!...
Panorámica de alguna calle de Grahamstown...

1 comentarios:

  1. Me encanto la nota, en particular la interesante redacción...pero ahora quiero saber que paso después...si funciono el restaurante?

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